martes, 6 de octubre de 2009

Fosa Orbital N° 46 del 30 de septiembre


Las estrellas están de moda. Son un modo. Me gustan sus formas, cuando las caliento en el horno y se derriten en mis manos, me da una intensa emoción. A veces decido cantarles una canción, asomarme a la ventana, hacerme en la hamaca y ver su fugacidad. Cuando hace mucho frío en la noche, decido invitarlas a cenar y a que viajen conmigo por el territorio de la imaginación. La piel de las estrellas es suave, emite sonidos cuando levantan la mirada y cuando se rozan por mi cuerpo. Mis sueños se estrellan y yo sin miedo me estrello aún con esos deseos abiertos a la sorpresa. Somos acaso estrellitas que bailan una melodía que llega de planetas lejanos, somos acaso una constelación incompleta que ilumina el rostro de los viajeros. La música es difícil de describir, pero se baila, se escurre por las esquinas de las calles y cuando llega a nosotros ya ha mutado, se ha convertido en alimento, en polvo.

La música de las estrellas no tiene referentes ni fronteras, es música orbital. Las estrellas viajan o nosotros vamos hacia ellas. No lo sabemos. No se sabe quién vio primero a esa estrella, pero tampoco interesa. La verdad agitamos las manos y nos calentamos, ya el vino que pasa por la garganta, el vestido que no nos hemos puesto, la bicicleta que nos espera para abordar esa ruta exquisita donde son muchos los portadores de la esperanza. Las estrellas están rellenas de un sabor adictivo, son como aceitunas y como gomitas de chocolate y cereza.

Nuestra relación con ellas es variable. A veces está condicionada por nuestro deseo, por la constelación de amistades que evocan sonrisas y afectos. Otras veces por ese amor infinito que nos transporta a otras galaxias. Lo que sí consentimos es que una vida estrellada es sólo vida en potencia, vida anclada en una topografía decididamente rugosa, pero que es el epicentro de la creación y del placer.

Glitch-IDM-Indie-Pop-Retro-Funky-Electro

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